Este antropólogo
estadounidense de origen judío alemán será quien destruya las bases
pseudocientíficas en que se apoyaban las teorías racistas del momento. Con sus investigaciones
cuestionará las conclusiones de la antropología física respecto a la pretendida
superioridad de ciertos cráneos sobre otros, y de ciertas razas sobre otras. A
partir de Boas la antropología paso de estudiar las razas a estudiar las
culturas.
Franz
Boas (1858-1942) estudió en Alemania doctorándose en la universidad de
Kiel. Rechazó el evolucionismo social y el difusionismo arqueológico, ya que no
creía que los mismos hechos en lugares y tiempos separados entre sí puedan
provenir de leyes universales que dirijan el espíritu humano. En 1886 marcha al
Canadá a estudiar distintos manantiales de agua, pero en la expedición se
extravía y es rescatado por los indios Inuit.
Este hecho lo marcaría profundamente, por lo que decide quedarse a vivir en los
Estados Unidos y dedicarse a la antropología. En la universidad de Columbia
crea y dirige el departamento de Antropología.
En 1911, en la clausura
del primer congreso universal de las razas afirmó que “la vieja idea de la estabilidad absoluta de los tipos humanos debe
rechazarse sin la menor duda, y con ella la creencia en la superioridad hereditaria
de unos tipos determinados sobre los demás”. [1]
Justamente ese año publicó la obra The
mind of primitive man, donde argumentaba que las diferencias entre grupos
humanos son más culturales que genéticas y que todas las personas tienen la
misma capacidad para desarrollarse culturalmente. El libro fue quemado por los
nazis y en los Estados Unidos fue acusado, por su pacifismo, de pro alemán. En
todo caso al terminar la guerra fue rehabilitado y su obra sirvió de base
argumentativo en la causa por los derechos civiles.
En 1921 realizó el famoso estudio que trastocaría las bases del
cientifismo racista. Boas comparó la primera y la segunda generación de más de
18.000 inmigrantes en los Estados Unidos. Encargado para la Comisión de
Inmigración del Senado, Boas publicó su trabajo con el título de “Changes in Bodily Form of Descendents of
Inmigrants”. Cuando Boas comparóa las medidas craneométricas de las dos
generaciones encontró diferencias en las medidas craneales de los hijos,
concluyendo que estas tenían un carácter extraordinariamente plástico. Fruto de este estudio concluye los factores
ambientales podían alterar la forma de la cabeza en el curso de una sola
generación y que la craneometría apenas era útil como marcador poblacional y
racial.
Boas realizó una crítica
sistemática a la metodología antropológica de la época que basaban sus
conclusiones sobre el supuesto de que la raza, el lenguaje y la cultura de un
pueblo eran elementos de una misma evolución. Esta confusión entre estos tres
términos situaba a los pueblos primitivos al nivel de los antropoides. Franz
Boas defendió que cada parcela del saber debía de mantener su autonomía. De sta
manera propuso que las clasificaciones biológicas deben apoyarse en datos
biológicos, la historia lingüística en datos lingüísticos, y la historia
cultural en datos culturales. Desde entonces la ciencia del estudio del hombre se
estructura en cuatro disciplinas: antropología física, arqueología,
antropología lingüística y antropología cultural o etnología.
Fundó la American Anthropological Association, y en 1931 fue presidente
de la Asociación Angloamericana para el
Desarrollo de la Ciencia. Cuando en 1933 el partido nazi alemán denunció la
“ciencia judía” (Sigmund Freud, Albert Einstein, etc.) y quemaron públicamente
libros suyos, Boas les respondió con un escrito firmado por otros 8.000
intelectuales, en el que declaraban que lo más importante era el desarrollo del
conocimiento científico, y no la cuestión de raza o religión de pertenencia.
La labor de Boas en
contra del racismo es loable. Desmontó las teorías racistas que hacían depender
la inteligencia de los individuos de la capacidad craneal de su grupo racial de
pertenencia, y acusó como falsas las pretensiones de los eugenistas de su
tiempo de poder obtener tipos humanos sin defectos hereditarios.
Una antropología de signo humano
La experiencia de Boas
con los esquimales Inuit le permitió
percatarse de no eran seres pasivos, sino que por el contrario eran claramente
personas con las que aprendió a cazar, a
vivir y moverse por el medio helado del Ártico. Ellos le acogieron con
canciones y danzas y con el tiempo le enseñaron las artes del chamanismo, sus
mitos y ritos, para prevenirse de las acechanzas de la diosa Sedna del inframundo. Boas comprendió
allí que la cultura no es una adaptación mecánica, sino que al contrario, es
fruto de un proceso de creación orgánica.
Todo ello le llevó a la
conclusión de que es difícil establecer leyes o generalizaciones para explicar
el rico y complejo mundo de las culturas como pretendían los deterministas
biológicos de su tiempo. Iniciador de la antropología cultural establece que
los fenómenos históricos de una tribu o pueblo sólo pueden ser entendidos como “desarrollo de condiciones específicas y
únicas en las que ese pueblo vive”. Cada sociedad posee una cultura
singular y privativa, y lo que a simple vista pueden parecer semejanzas con otras
sociedades, bien puede obedecer a motivaciones, circunstancias ambientales o
actitudes dispares. Respecto a los esquimales de la tierra de Davis escribió:
“He
comprobado que gozan de la vida, que gustan de la naturaleza, que los
sentimientos de amistad también echan raíces en sus corazones y que si bien la
índole de sus existencia es más ruda que la civilizada, el esquimal es un ser
humano igual a nosotros, sus sentimientos, virtudes y defectos se basan en la
naturaleza humana, al igual que los nuestros”. Franz Boas
Uno de los primeros
aspectos en los que Franz Boas investigó fue en la cuestión eugenésica que
tantos adeptos tenía en los Estados Unidos de principios de siglo XX. En el IX
Congreso de Americanistas celebrado en Washington denunció como falsas las
pretensiones de algunos investigadores de relacionar la degeneración de la
cultura urbana con la mezcla racial:
“Se ha ido
argumentando que la congestión en las ciudades y otras causas inciden en una
gradual degeneración de nuestra raza, por lo que los defensores de la eugenesia
desean un contraataque con medidas legislativas específicas… Primero de todo,
podemos comprobar que la tesis fundamental de la degeneración de nuestra
población nunca ha sido probada”. Franz Boas
A continuación Boas
ponía en duda las estadísticas que los eugenistas usaban en pro de un falso
humanismo – la eliminación de los anormales para evitarles el sufrimiento -.
Otro aspecto de su lucha
en contra del racismo, fue la demostración de la no inferioridad cultural de
los negros de origen africano. En este sentido demostró con pruebas como muchas
de las civilizaciones africanas habían dado muestras de brillantez, sobre todo
en materia artística, a lo largo del tiempo. Logros que podían equipararse al
arte y la cultura de la Edad Media
europea.
Donde Boas se manifestó
con mayor contundencia fue contra las teorías racistas nazis, que pretendían
distinguir con claridad entre arios y no arios. El alcance de su obra
antropológica lo describe de manera magnífica Levi Strauss.
“Boas
demuestra la imposibilidad de definir un “tipo biológico” o “racial” por estos
medios (la antropología física). En este dominio como en otros tantos, Boas
rechaza las clasificaciones arbitrarias y las especulaciones pseudo-históricas.
Las investigaciones deben ser hechas sobre una base empírica y descriptiva.
Para este caso particular, se debe investigar para saber lo que ha pasado en
las condiciones de aislamiento geográfico o de contacto, de consaguinidad o de
mestizaje, que es necesario determinar con precisión”. Levi Strauss.
En este sentido Boas
también puso en cuestión la vieja pretensión del iluminismo ilustrado de
distinguir artificiosamente entre salvaje y civilizado.
Boas fue un incansable
buscador de la verdad a través de la ciencia, y en su propia metodología procuraba
evitar lanzar conclusiones precipitadas. Antes bien las contrastaba para no
lanzar tesis equivocadas. Defendió la idea de que la verdad ampliamente
difundida en publicaciones o por medio de la educación escolar, podía contribuir
a liberar a la mente de la confusión y de los prejuicios que el racismo había
ido creando.
Para él la ciencia no
era un fin en sí misma, sino un medio al servicio de la humanidad. El
investigador se debe a la humanidad, es por ello que Boas se convirtiera en
adalid de la lucha contra las teorías racistas del totalitarismo nazi, el
“absurdo nórdico” como lo llamaba. Decía, que correspondía a la antropología,
más que a ninguna otra ciencia, la importante tarea histórica de velar por la
dignidad del hombre y resistir a las degradantes aberraciones racistas. “Las naciones deben cultivar los ideales
de igualdad de derechos”, dijo y sostuvo sin cesar que las diferencias
culturales no deben ser causa de la destrucción del mundo. Atacó de esa manera
al racismo y los prejuicios raciales, al nacionalismo mezquino y la guerra,
abogando por un internacionalismo basado en los intereses comunes de la
humanidad.
Franz Boas refutó las
teorías de la irracionalidad del hombre primitivo o de la mentalidad prelógica.
El hecho de que nuestra civilización se haya vuelto más científica no justifica
que se juzgue a las culturas más primitivas etnocéntricamente, con nuestros
propios juicios de valor. Con ello criticó la postura de iluminismo ilustrado
que sostenía que solo había una civilización importante que era la europea occidental en la que los
blancos ocupaban la posición central y más alta de todas las razas del mundo.
En sus estudios negó la
estabilidad permanente de las formas corporales y, con ello, desmintió la
creencia en la superioridad hereditaria de unos tipos humanos respecto a otros.
Con ello creó el relativismo cultural con el que defendió la diversidad
cultural de los pueblos. Su objetivo era enfrentarse al “fatalismo biológico”,
base del racismo “científico” y del etnocentrismo.
Su amor al hombre y la
fe en la humanidad que profesó a lo largo de su vida fueron magníficamente
plasmadas en la necrológica que su discípula Ruth Benedict escribiera a su
muerte: “Vivió 56 años en América.
Alemán, de padres judíos, su provincia, como antropólogo, fue el mundo”.
[1] Tomada de Maurice Olender,
“la chasse aux évidences”, Le racisme. Mythes et sciences, op. Cit., pág. 228.